Desde la publicación de El pequeño libro rojo del golf de Harvey Penick, los aficionados escarbaron, casi literalmente, un camino hasta su puerta. Casi no pasaba un día sin que se acercara algún desconocido, libro en mano, con la esperanza de conseguir un autógrafo, alguna nueva perla de sabiduría o, simplemente, para decir «gracias».